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Como en mi región entramos en verano, acostumbro recortar la zona de la nuca por comodidad. Es una práctica que solía hacer cuando era deportista porque tenía sus ventajas... el casco pesa menos, es más fácil lavarse el pelo, se pasa menos calor y lo mejor, baja el volumen que nunca ha sido de mi agrado.
No tengo un lugar definido, mientras sea barato y tenga una máquina me basta, pero debido a la pandemia hace rato que no me daba ese lujo. Muchos locales cerraron y las medidas sanitarias tampoco ayudaron a los peluqueros.
Algunos habrían hecho la inversión de una máquina cortadora de pelo, pero a decir verdad nunca se me ocurrió. Sobre todo, que una más o menos decente con buenos implementos, cuesta unos 50 mil pesos y la última vez que me rapé, hace más de dos años, me salió 2 mil. O sea, no había donde perderse, tampoco es algo absolutamente necesario. Por lo tanto, era más fácil ir a una de las tantas galerías de peluqueros que existen en Santiago y a puro olfato buscar un lugar que realizara este pequeño servicio.
Entré a un caracol y me fui recorriendo despacio las distintas vitrinas que mostraban todo el ajetreo en su interior... Señoras con trozos de aluminio en sus cabezas, sonidos de tijeras, risas y cuchicheos. Cabelleras caían y otras se teñían hasta que llegué donde una señora pierna arriba, sentada en la entrada. Me dice algo inteligible... Adentro no había nadie, eso me gustó.
Le cuento mi dilema y me cobra 7 mil por todo... lo que incluía un recorte y amononamiento de peluca. Me pareció harto caro en comparación con la última vez, pero estamos en una época especial... pandemia, inflación. Sumado a que era otro lugar y lo poco que ha podido trabajar el rubro peluquero, etc, etc.
Además, me ofrecía dejarme linda. ¿¿Quién puede resistirse a eso??
Apenas pisé el local fue como entrar a la mafia. En cosa de minutos llega una chiquilla muy amable con un PELAZO y grandes oídos para escuchar todo lo que le quisiera contar. Me envuelve en una capa con tentáculos y con manos ágiles me rapa la nuca, me peina, recorta, amonona... pero la verdad, por más que miraba el enorme espejo que tenía delante y seguía su proceder, yo encontraba que me veía igual.
Me ofrecieron teñir, hacer reflejos, decolorarme y volverme a colorear. Me vendieron todo tipo de productos de fabricación propia. Me dieron nombres, teléfonos, direcciones y prometieron que para la próxima quedaría AÚN MEJOR.
Afortunadamente, andaba con lo justo porque creo que habrían sido capaces de ponerme patas arriba y de los tobillos sacudirme hasta encontrar algo más de dinero. Intenté escabullirme como pude, dando las gracias y prometiendo volver a tan loable lugar.
Ahora, me la pensaré dos veces si veo a una señora sentada en una poltrona en la puerta de un local y nadie en su interior. Mientras tanto, intentaré prolongar mi corte el mayor tiempo posible retocando yo misma si es necesario hasta que pueda comprar una máquina.
Creo que con los tiempos que corren, sale más a cuenta hacer las cosas uno mismo y así ahorrarse todo tipo de disgustos. Quien mejor que yo, para cortarme el pelo cuando se me antoje sin tener que salir pidiendo disculpas por no hacerme todos los tratamientos innecesarios que ofrecen.
Entiendo que no todos los locales son así y que las finanzas y emprender es difícil sobre todo ahora, pero eso no justifica que asalten al primer despistado que pasa por delante.
Así no se consigue fidelizar clientela. Muy por el contrario, terminan ahuyentando a todo aquel que busca solución y conveniencia.