Hace unos días recibí vía Facebook una solicitud del Centro de Estudios ICEL donde me invitaban a formar parte de su comunidad, mostrándome todo los beneficios que ello aportaría a mi humanidad y recalcando además su excelencia en todos los ámbitos... y esto no hizo más que recordar lo que me sucedió con un Instituto hace algunos años.
Me encontraba terminando mis estudios regulares de diseño de vestuario y como estaba en el periodo de práctica y disponía de mayor tiempo, decidí seguir perfeccionándome como una forma de complementar mis estudios y estar más preparada a la hora de enfrentar un eventual trabajo.
Busqué en varios Centros de Formación Técnica, pero como la propaganda de aquel Instituto “pintaba pa' bueno” finalmente me decidí a ir a una sede a buscar mayor información y si era posible, inscribirme.
Al hacer la visita, lo primero que noté fue un personal dedicado, servicial y muy agradable, me prestaron todas las facilidades y sonrisas posibles, recalcando además que si me inscribía de inmediato harían una gentil oferta rebajando mi matricula en prácticamente un 50% y un descuento por pago al contado del arancel, algo bastante tentador. Dada tanta maravilla no lo dudé más y tomé la decisión de inscribirme y entrar a estudiar el curso de diseño de vestuario computacional que impartía en ese momento esa casa de estudios. Hasta ahí todo bien, las clases partirían en Marzo.
Ilusionada y llena de expectativas por lo que aprendería llegué los primeros días a clases, pero luego de un par de semanas las ilusiones comenzaron a hacerse agua... las clases no cumplían con lo que esperaba y la metodología era bastante pobre. La mayoría de los que asistían a clases provenían de trabajos relacionados con el tema del vestuario o por lo menos tenían algún tipo de preparación anterior por lo tanto se esperaba que la clases fueran lo bastante ágil y que el nivel partiera de cierta base un poco más avanzada.
Pero lo cierto, es que comenzaron a pasar los días y los avances eran casi nulos, no había orden ni maya curricular, ni unidades que estudiar. El profesor llegaba a clases sin un plan de estudios, nos daba hojas fotocopiadas de fichas técnicas de su trabajo, para suplir la falta de material de estudio. De hecho, él mismo no era docente, no sabía explicar y tampoco mucho empeño le ponía, solo se limitaba a sentarse en su escritorio a esperar calladamente que pasara el par de horas que duraba el curso y retirarse raudo sin siquiera haber hecho una clase como corresponde o haber dictado alguna materia.
Como alumnos, nos frustraba la pérdida de tiempo, pero la mayoría utilizaba los beneficios estatales del Sence y el curso era pagado por sus respectivos trabajos, por lo que tampoco les causaba gran daño económico, salvo el esfuerzo de tener que ir día tras día y no hacer, ni aprender... El resto, habíamos hecho que nuestras familias lo pagaran de sus bolsillos y eso, le agregaba un malestar adicional.
Los días pasaban y nada cambiaba, el aburrimiento, la desorganización, la desmotivación comenzaron a aflorar en mi cabecita y en la de los demás hasta que un buen día todo estalló... Nos agrupamos como curso y simplemente hicimos reclamos, primero hablados y luego por escrito en “Secretaria de Estudios” pero NADA. Llegaba un coordinador y con aires de suficiencia escuchaba nuestros reclamos y luego nos daba una aspirina calmando los ánimos y diciendo que todo marchaba según lo estipulado en el “plan de estudios” y bla, bla... Más tarde se supo que el Instituto tenía una historia trucha con Sence, había presentado la documentación de una profesora X, titulada y supuestamente capacitada para realizar las clases pero en realidad quien las impartía era otra persona, imagino contratada a un menor valor... ahí todo calzaba!! Eso hacía entender la falta de competencia y los pocos recursos académicos del supuesto profesor. Todo un fraude!!
Finalmente, la olla se destapó, el Sence fiscalizó y para cumplir, el Instituto despidió al profesor trucho y nos puso a otro más calificado, pero faltaba muy poco para terminar el año y era prácticamente imposible asimilar lo que en un año nadie enseñó. Para peor, quedábamos muy pocos alumnos y la mayoría nada motivados. Se planteó la “original” idea de hacer un trabajo final para ponernos una nota, evaluar nuestro desempeño y así recibir el famoso certificado que nos acreditaba para diseñar computacionalmente... Al año siguiente, el curso dejó de impartirse.
El tema es que la educación en Chile no es más que un burdo y banal negocio. Este creo, es un pequeño ejemplo de lo que se vive en muchos Institutos, Universidades y Centros de Formación Técnica a lo largo del país, el lucro es más importante que el porvenir de los estudiantes y las empresas ahorran impuestos enviando trabajadores a "capacitarse" en cursos incompetentes. Desde ese punto de vista, todos ganan, la empresa por disminuir costos y el centro de estudios por recibir subvención estatal.
Imagino que esto se viene dando hace muchos años... no creo estar descubriendo la pólvora, pero lo cierto es que como estudiantes es nuestro deber exigir una cierta excelencia docente, normas mínimas de infraestructura y un material de estudio acorde a nuestras expectativas. Pero tendemos a conformarnos con lo que nos dan, nadie alega por el derecho obvio de recibir una educación de calidad y más bien nos resignamos por comodidad, porque luchar significa un esfuerzo adicional, una carga que nadie desea llevar.
Me encontraba terminando mis estudios regulares de diseño de vestuario y como estaba en el periodo de práctica y disponía de mayor tiempo, decidí seguir perfeccionándome como una forma de complementar mis estudios y estar más preparada a la hora de enfrentar un eventual trabajo.
Busqué en varios Centros de Formación Técnica, pero como la propaganda de aquel Instituto “pintaba pa' bueno” finalmente me decidí a ir a una sede a buscar mayor información y si era posible, inscribirme.
Al hacer la visita, lo primero que noté fue un personal dedicado, servicial y muy agradable, me prestaron todas las facilidades y sonrisas posibles, recalcando además que si me inscribía de inmediato harían una gentil oferta rebajando mi matricula en prácticamente un 50% y un descuento por pago al contado del arancel, algo bastante tentador. Dada tanta maravilla no lo dudé más y tomé la decisión de inscribirme y entrar a estudiar el curso de diseño de vestuario computacional que impartía en ese momento esa casa de estudios. Hasta ahí todo bien, las clases partirían en Marzo.
Ilusionada y llena de expectativas por lo que aprendería llegué los primeros días a clases, pero luego de un par de semanas las ilusiones comenzaron a hacerse agua... las clases no cumplían con lo que esperaba y la metodología era bastante pobre. La mayoría de los que asistían a clases provenían de trabajos relacionados con el tema del vestuario o por lo menos tenían algún tipo de preparación anterior por lo tanto se esperaba que la clases fueran lo bastante ágil y que el nivel partiera de cierta base un poco más avanzada.
Pero lo cierto, es que comenzaron a pasar los días y los avances eran casi nulos, no había orden ni maya curricular, ni unidades que estudiar. El profesor llegaba a clases sin un plan de estudios, nos daba hojas fotocopiadas de fichas técnicas de su trabajo, para suplir la falta de material de estudio. De hecho, él mismo no era docente, no sabía explicar y tampoco mucho empeño le ponía, solo se limitaba a sentarse en su escritorio a esperar calladamente que pasara el par de horas que duraba el curso y retirarse raudo sin siquiera haber hecho una clase como corresponde o haber dictado alguna materia.
Como alumnos, nos frustraba la pérdida de tiempo, pero la mayoría utilizaba los beneficios estatales del Sence y el curso era pagado por sus respectivos trabajos, por lo que tampoco les causaba gran daño económico, salvo el esfuerzo de tener que ir día tras día y no hacer, ni aprender... El resto, habíamos hecho que nuestras familias lo pagaran de sus bolsillos y eso, le agregaba un malestar adicional.
Los días pasaban y nada cambiaba, el aburrimiento, la desorganización, la desmotivación comenzaron a aflorar en mi cabecita y en la de los demás hasta que un buen día todo estalló... Nos agrupamos como curso y simplemente hicimos reclamos, primero hablados y luego por escrito en “Secretaria de Estudios” pero NADA. Llegaba un coordinador y con aires de suficiencia escuchaba nuestros reclamos y luego nos daba una aspirina calmando los ánimos y diciendo que todo marchaba según lo estipulado en el “plan de estudios” y bla, bla... Más tarde se supo que el Instituto tenía una historia trucha con Sence, había presentado la documentación de una profesora X, titulada y supuestamente capacitada para realizar las clases pero en realidad quien las impartía era otra persona, imagino contratada a un menor valor... ahí todo calzaba!! Eso hacía entender la falta de competencia y los pocos recursos académicos del supuesto profesor. Todo un fraude!!
Finalmente, la olla se destapó, el Sence fiscalizó y para cumplir, el Instituto despidió al profesor trucho y nos puso a otro más calificado, pero faltaba muy poco para terminar el año y era prácticamente imposible asimilar lo que en un año nadie enseñó. Para peor, quedábamos muy pocos alumnos y la mayoría nada motivados. Se planteó la “original” idea de hacer un trabajo final para ponernos una nota, evaluar nuestro desempeño y así recibir el famoso certificado que nos acreditaba para diseñar computacionalmente... Al año siguiente, el curso dejó de impartirse.
El tema es que la educación en Chile no es más que un burdo y banal negocio. Este creo, es un pequeño ejemplo de lo que se vive en muchos Institutos, Universidades y Centros de Formación Técnica a lo largo del país, el lucro es más importante que el porvenir de los estudiantes y las empresas ahorran impuestos enviando trabajadores a "capacitarse" en cursos incompetentes. Desde ese punto de vista, todos ganan, la empresa por disminuir costos y el centro de estudios por recibir subvención estatal.
Imagino que esto se viene dando hace muchos años... no creo estar descubriendo la pólvora, pero lo cierto es que como estudiantes es nuestro deber exigir una cierta excelencia docente, normas mínimas de infraestructura y un material de estudio acorde a nuestras expectativas. Pero tendemos a conformarnos con lo que nos dan, nadie alega por el derecho obvio de recibir una educación de calidad y más bien nos resignamos por comodidad, porque luchar significa un esfuerzo adicional, una carga que nadie desea llevar.
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