Este fin de semana se desarrolló el "Día del Patrimonio". Un evento donde edificios públicos y privados abren sus puertas para dar a conocer su historia y tradiciones.
Si bien es un panorama entretenido y hasta hace poco era una participante activa. A decir verdad, me cansé de hacer filas que en algunos edificios pueden dar hasta dos vueltas a la manzana.
Así fue como este año, sin grandes expectativas ni planificación, me dispuse a ir en busca de provisiones, aprovechar de estirar las piernas y despejar mi mente.
Los pasos me llevaron hasta la entrada del cerro San Cristóbal y a la calle Constitución, donde hay una plaza muy bonita con escaños y vegetación bien cuidada. Una casona roja, vestigios de otros tiempos, que hoy alberga un hotel y a tres pasos, en Chucre Manzur, el galpón donde se realizaba la Feria de Nuevas Tendencias.
Siempre que paso por ahí me siento un rato a descansar. Me trae recuerdos de mis inicios como emprendedora. Las aventuras que corríamos para llegar bien temprano y escoger, entre las dos plantas del edificio, el mejor puesto que curiosamente no era el más cercano a la puerta. Conseguir un alma caritativa con vehículo que nos acarreara con mesas, percheros, maniquí, biombo, mantel, bolsos, maletas...
El espacio se decoraba especialmente para recibir al público que llegaba en masa. Venían rostros de la televisión a mirar, vitrinear o simplemente a “mostrarse” con sus mejores pilchas. Era un evento de moda y había que estar allí.
Por nuestra parte, éramos un grupo de jovenes provenientes de distintas partes del país, que teníamos la maravillosa oportunidad de promocionar y vender nuestras creaciones en un espacio pensado para ello. Nos íbamos exhaustos, pero felices de vuelta a la realidad.
Mientras divagaba en mis pensamientos, de pronto surgieron hombres y mujeres vestidos con trajes de época. Como buena diseñadora de modas no les quité el ojo de encima y analicé cada detalle de sus atuendos de principios del siglo XX.
Pronto comprendí que este grupo tan peculiar, formaba parte de un tour por el barrio Bellavista y la plaza Camilo Mori. Era curioso verlos parados con sus sombreros, trajes y boquillas en una mano, mientras que con la otra hurgueteaban el celular.
Al rato, llegó una señora ataviada con un abrigo peludo, una copa de vino rosé y un micrófono pegado a la cara, hablando en francés y contándole historias al viento, a los árboles y a quien quisiera escuchar. No pasó mucho rato hasta que una audiencia se paró frente a ella y su grupo de maniquís disfrazados.
Me quedé a un costado con mi carro de compras. No son cosas que se vean a menudo. Luego del monólogo, apareció otra señora vestida con pantalón a rayas, pañuelo al cuello y sombrero de copas. Era el “Señor Corales” de toda esta historia. Nos contó pormenores del barrio, de la casona roja y de las tertulias realizadas por literatos y personalidades del sector.
Como no había tiempo para disertaciones largas, el tour continuó en “La Chascona”. La casa donde vivió Pablo Neruda, hoy convertida en museo. Como mi curiosidad ya estaba instalada, seguí al grupo variopinto y subimos por Chucre Manzur donde mi mente se llenó de recuerdos. El enrejado con flores de la primera casa, las fachadas de colores, la curva de la subida...
Nos quedamos afuera, en unas escalinatas a modo de anfiteatro, escuchando lo que tendrían que decir los amigos del tour. Los maniquís se dedicaron a hablar sobre el valor de la ropa de antaño, de los materiales y confecciones que pasaban de generación y de la elegancia en el vestir de aquella época.
Como había que pagar para entrar a la casa museo, punto negativo para el día del patrimonio, y como estaba tan asombrada de volver a esa calle después de tantos años, quise saber en qué estaría aquel viejo galpón de mis años de diseñadora emergente.
Con lo primero que me topé, fue con una reja y una caseta de seguridad. Le hice un gesto al guardia que no hizo ni caso. Supongo, por ser el día del patrimonio o porque aún paso por estudiante, jeje!
A un costado de lo que antes eran los estacionamientos, me encontré un edificio nuevo, de esos que se sostienen con tres fierros y lo demás es todo vidrio.
El galpón, aún existía y por fuera no había cambiado mucho, pero se había convertido en un centro de estudios y teatro. ¡PLOP!
Ya que estaba allí, no me aguanté y traspasé la mampara de vidrio donde decía boletería. Fue curioso, pero sentí la misma sensación de aquella época cuando llegábamos con nuestras ilusiones y ganas de aventura.
Un gordo de chaleco rojo me recibe con cara de interrogación. Yo estaba además de asombrada en éxtasis. No podía creer que todo hubiera cambiado tanto. Ya no había el espacio abierto de aquel entonces sino que mesones, lockers y tabiques.
Como el guardia no me dejó hacer mucho y la emoción tampoco, terminé contándole mis aventuras al pobre que de seguro tenía ganas de estar en otro lado. No me dio tiempo para preguntar nada. El hombre era un frontón.
Finalmente, anhelando más, me alejé de aquel lugar con una extraña sensación entre asombro, nostalgia y recuerdos de un pasado mejor, mezclados con el apuro y la cara del hombre que sentenciaba: “¡Todo cambia!” Pues, si.
Si bien es un panorama entretenido y hasta hace poco era una participante activa. A decir verdad, me cansé de hacer filas que en algunos edificios pueden dar hasta dos vueltas a la manzana.
Así fue como este año, sin grandes expectativas ni planificación, me dispuse a ir en busca de provisiones, aprovechar de estirar las piernas y despejar mi mente.
Los pasos me llevaron hasta la entrada del cerro San Cristóbal y a la calle Constitución, donde hay una plaza muy bonita con escaños y vegetación bien cuidada. Una casona roja, vestigios de otros tiempos, que hoy alberga un hotel y a tres pasos, en Chucre Manzur, el galpón donde se realizaba la Feria de Nuevas Tendencias.
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Hotel Castillo Rojo. Foto de Roberto Wallace |
Siempre que paso por ahí me siento un rato a descansar. Me trae recuerdos de mis inicios como emprendedora. Las aventuras que corríamos para llegar bien temprano y escoger, entre las dos plantas del edificio, el mejor puesto que curiosamente no era el más cercano a la puerta. Conseguir un alma caritativa con vehículo que nos acarreara con mesas, percheros, maniquí, biombo, mantel, bolsos, maletas...
El espacio se decoraba especialmente para recibir al público que llegaba en masa. Venían rostros de la televisión a mirar, vitrinear o simplemente a “mostrarse” con sus mejores pilchas. Era un evento de moda y había que estar allí.
Por nuestra parte, éramos un grupo de jovenes provenientes de distintas partes del país, que teníamos la maravillosa oportunidad de promocionar y vender nuestras creaciones en un espacio pensado para ello. Nos íbamos exhaustos, pero felices de vuelta a la realidad.
Mientras divagaba en mis pensamientos, de pronto surgieron hombres y mujeres vestidos con trajes de época. Como buena diseñadora de modas no les quité el ojo de encima y analicé cada detalle de sus atuendos de principios del siglo XX.
Pronto comprendí que este grupo tan peculiar, formaba parte de un tour por el barrio Bellavista y la plaza Camilo Mori. Era curioso verlos parados con sus sombreros, trajes y boquillas en una mano, mientras que con la otra hurgueteaban el celular.
Al rato, llegó una señora ataviada con un abrigo peludo, una copa de vino rosé y un micrófono pegado a la cara, hablando en francés y contándole historias al viento, a los árboles y a quien quisiera escuchar. No pasó mucho rato hasta que una audiencia se paró frente a ella y su grupo de maniquís disfrazados.
Me quedé a un costado con mi carro de compras. No son cosas que se vean a menudo. Luego del monólogo, apareció otra señora vestida con pantalón a rayas, pañuelo al cuello y sombrero de copas. Era el “Señor Corales” de toda esta historia. Nos contó pormenores del barrio, de la casona roja y de las tertulias realizadas por literatos y personalidades del sector.
Como no había tiempo para disertaciones largas, el tour continuó en “La Chascona”. La casa donde vivió Pablo Neruda, hoy convertida en museo. Como mi curiosidad ya estaba instalada, seguí al grupo variopinto y subimos por Chucre Manzur donde mi mente se llenó de recuerdos. El enrejado con flores de la primera casa, las fachadas de colores, la curva de la subida...
Casa mueso La Chascona |
Nos quedamos afuera, en unas escalinatas a modo de anfiteatro, escuchando lo que tendrían que decir los amigos del tour. Los maniquís se dedicaron a hablar sobre el valor de la ropa de antaño, de los materiales y confecciones que pasaban de generación y de la elegancia en el vestir de aquella época.
Como había que pagar para entrar a la casa museo, punto negativo para el día del patrimonio, y como estaba tan asombrada de volver a esa calle después de tantos años, quise saber en qué estaría aquel viejo galpón de mis años de diseñadora emergente.
Con lo primero que me topé, fue con una reja y una caseta de seguridad. Le hice un gesto al guardia que no hizo ni caso. Supongo, por ser el día del patrimonio o porque aún paso por estudiante, jeje!
A un costado de lo que antes eran los estacionamientos, me encontré un edificio nuevo, de esos que se sostienen con tres fierros y lo demás es todo vidrio.
El galpón, aún existía y por fuera no había cambiado mucho, pero se había convertido en un centro de estudios y teatro. ¡PLOP!
Ya que estaba allí, no me aguanté y traspasé la mampara de vidrio donde decía boletería. Fue curioso, pero sentí la misma sensación de aquella época cuando llegábamos con nuestras ilusiones y ganas de aventura.
Un gordo de chaleco rojo me recibe con cara de interrogación. Yo estaba además de asombrada en éxtasis. No podía creer que todo hubiera cambiado tanto. Ya no había el espacio abierto de aquel entonces sino que mesones, lockers y tabiques.
Como el guardia no me dejó hacer mucho y la emoción tampoco, terminé contándole mis aventuras al pobre que de seguro tenía ganas de estar en otro lado. No me dio tiempo para preguntar nada. El hombre era un frontón.
Finalmente, anhelando más, me alejé de aquel lugar con una extraña sensación entre asombro, nostalgia y recuerdos de un pasado mejor, mezclados con el apuro y la cara del hombre que sentenciaba: “¡Todo cambia!” Pues, si.